Hemos vivido demasiados años en los que los trabajadores pertenecían a las organizaciones. Las marcas, los productos, los protocolos se servían de las personas para afianzarse y perdurar en el tiempo.
Hoy en día, en un entorno que tiende a homogeneizar las marcas, productos y protocolos, lo único que diferencia unas organizaciones de otras es las personas que la componen. En cierto modo, la tortilla se ha dado la vuelta y hoy son las personas las que hacen uso de las organizaciones para desarrollar sus talentos y motivaciones.
El reto de la empresa inteligente consiste en reconocerse como grupo de personas con intereses comunes y tratar de conocer y aprovechar el potencial de ese grupo humano. Es importante, para una organización con conciencia del mundo en el que está, definir el trabajo que debe realizar a todos los niveles:
– Individuo: Potenciar el crecimiento personal de los empleados.
– Grupo: Sacar partido de las relaciones interpersonales.
– Equipo: Optimizar la gestión de personas.
– Organización: Afianzar el desarrollo de la estructura y la relación con sus públicos.
Y como cuando se hace un “Castell” en Cataluña, si todos y cada uno de los niveles no son fuertes, el castillo se desmorona…
Ésta es una síntesis de un artículo más extenso que escribí para ágora. Si os interesa podéis consultarlo en este enlace.