Cuando contratas un colaborador freelance para realizar algún servicio a tus clientes deberías tener la misma exquisitez de trato que con ellos. ¿O quizás te planteas que el colaborador no te da dinero y el cliente sí? Pues te equivocas rotundamente… ¿Quieres saber cuanto dinero te puede costar cabrear a tu colaborador?
El colaborador contento:
– Realiza mejor su trabajo, con mejores resultados para tu empresa y mayor satisfacción, de rebote, para tus clientes.
– Es fiel, te defiende y habla bien de ti en todos sitios (off-line y on-line) lo cual redunda en tu prestigio y en tus ventas.
– Quiere trabajar más contigo, así que te ayuda a hacer publicidad de tus servicios porque cuanto mejor te vaya a ti, más trabajo para él.
– Te recomienda a sus compañeros de profesión como buen sitio para trabajar y pronto tendrás a los mejores deseando colaborar contigo con el beneficio que eso significa para tu negocio.
– Si colabora con tu competencia será leal, respetará vuestra relación y evitará cualquier perjuicio.
El colaborador descontento:
– Hace el trabajo a desgana, siendo menos rentable para ti y contagiando, directa o indirectamente, esa desafección a tus clientes.
– O no habla o habla mal de ti en todos sitios (off-line y ¡on-line!), un duro golpe para tu reputación viniendo de alguien que ha vivido la organización desde dentro y tiene más credibilidad.
– Su prioridad es encontrar otros clientes para poder dejar de trabajar contigo, así que no va a contribuir mucho al crecimiento de tu empresa.
– Te critica cuando se reúne con sus compañeros de profesión, así que tu mala fama crecerá exponencialmente hasta que sólo los que no tienen otro remedio trabajarán contigo, con el perjuicio que va a provocar a tu servicio.
– Acabará colaborando con tu competencia algún día y según el grado de cabreo tu competencia acabará sonsacándole las debilidades de tu organización.
Si algo más puedo decirte para convencerte del dramático coste que te puede causar un colaborador cabreado, te diré que todo lo que te he contado está basado en hechos reales. Y al final no se trata de poner a los colaboradores entre algodones, sino de ser profesional y dirigir tu empresa de manera responsable. De esta forma tus colaboradores actuarán en consecuencia.
Es tan simple como eso. Así que yo no me la jugaría, ¿y tú?